El Día del Niño suele llenarse de regalos, globos y sonrisas fugaces. Pero más allá del festejo, esta fecha debería invitarnos a algo mucho más profundo: detenernos y preguntarnos si estamos realmente cuidando a quienes más nos necesitan.
¿Estamos garantizando el derecho a una infancia segura, libre y feliz?
Hace unas semanas, en una escuela de Calle Larga, vi a una niña de ocho años jugar con un cuaderno viejo. Lo había convertido en una casa de muñecas: dibujó muebles, recortó personajes y les inventó una historia. No tenía juguetes, pero sí imaginación y, lo más importante, un espacio donde sentirse libre. La observé mientras compartía con sus compañeras y pensé: eso que está ocurriendo ahí —crear, reír, compartir— es infancia en su forma más pura. Y no debería depender de la suerte.
Sin embargo, en Chile lidiamos con una realidad muchas veces distinta, que duele: según Frontiers in Education, más del 60% de niñas, niños y adolescentes en nuestro país presenta síntomas de ansiedad o depresión tras la pandemia. Y un informe reciente de UNICEF nos ubica entre los países con menor bienestar infantil del mundo. La alegría de muchos está en pausa. No por falta de juguetes o regalos, sino por carencias afectivas, por la ausencia de adultos disponibles, por la falta de espacios donde sentirse seguros.
En Fundación Operación Infancia trabajamos justamente para cambiar eso. Acompañamos a niñas y niños entre 7 y 12 años que viven en contextos de vulnerabilidad, convencidos de que los vínculos genuinos pueden transformar historias de vida. Promovemos habilidades socioemocionales desde la experiencia: con presencia, juego, escucha y confianza. Porque todo ser humano necesita crecer sabiendo que lo que siente importa, que puede confiar en su entorno, que tiene derecho a ser visto y valorado.
Y mientras estamos ahí, también nosotros aprendemos. Un dato lo refleja con claridad: una persona adulta sonríe en promedio 40 veces al día. Un niño o niña, hasta 400. No es que tengan más razones, es que aún conservan la forma de mirar el mundo con esperanza.
Por eso, este Día del Niño la invitación es simple, pero profunda: más que regalar, detengámonos. Miremos. Escuchemos. Estemos. Acompañar la infancia no es un acto simbólico. Es una responsabilidad ética, humana y transformadora.
Porque soñar es un derecho. Acompañar, nuestro compromiso.
Por Nicolás Acevedo, Director Ejecutivo Fundación Operación Infancia.