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Un homenaje verde: Día Internacional de los Parques Nacionales

En Chile, la historia de los parques nacionales comenzó hace casi un siglo, cuando en 1926 se declaró el Parque Nacional Vicente Pérez Rosales en la Región de Los Lagos. Con él nacía no solo la primera área protegida del país, sino también un gesto profundamente romántico: la decisión colectiva de reservar un pedazo de naturaleza para las generaciones futuras, reconociendo que hay paisajes, bosques y montañas cuyo valor trasciende lo económico y lo inmediato.

Ese mismo espíritu sigue vivo hoy, cada 24 de agosto, cuando celebramos el Día Internacional de los Parques Nacionales, instaurado en 1986 para recordarnos que estos territorios son patrimonio común de la humanidad y cimiento de nuestra identidad natural y cultural.

En Chile, esta efeméride es también una ocasión para celebrar la riqueza natural y cultural que resguardamos. A lo largo del país, los parques nacionales forman parte del Sistema Nacional de Áreas Silvestres Protegidas del Estado (SNASPE), administrado por CONAF. Sin embargo, está en marcha el traspaso de estas funciones al recientemente creado Servicio de Biodiversidad y Áreas Protegidas (SBAP), un proceso que representa no solo un gran desafío administrativo e institucional, sino también una oportunidad histórica para modernizar la gestión y asegurar mayores estándares de conservación.

Entre los muchos parques que nos invitan a recorrer Chile, tres ejemplos muestran la diversidad y riqueza de nuestro patrimonio natural. El Parque Nacional Bosque Fray Jorge, en la Región de Coquimbo, sorprende como un milagro verde en medio de la aridez del norte chico: un relicto de bosque valdiviano que desafía al desierto y recuerda la fuerza de la niebla costera como fuente de vida. En el extremo opuesto, el Parque Nacional Rapa Nui nos conecta con la profundidad cultural de un pueblo que resguarda sus paisajes y tradiciones, administrado por la comunidad local, es un ejemplo de cómo la conservación puede ser también un acto de soberanía cultural y de identidad viva. Finalmente, el Parque Nacional Nonguén, a escasos minutos del centro de Concepción, demuestra que la naturaleza no siempre está lejos: allí, el bosque nativo y su biodiversidad se ofrecen como un refugio cercano, recordándonos que el contacto con lo silvestre puede formar parte de la vida urbana cotidiana.

Cuidar y conocer nuestros parques nacionales no es solo una tarea de especialistas o de quienes trabajan en conservación, es una invitación abierta a todas las familias. Cada visita a un parque es una oportunidad para que niños, jóvenes y adultos aprendan a leer el lenguaje de la naturaleza, a reconocer sus sonidos, sus silencios y sus ritmos. En ellos se siembra la conciencia de que proteger no significa restringir, sino asegurar que las próximas generaciones también puedan disfrutar de estos paisajes. Pasear por un sendero, compartir un picnic bajo un bosque nativo o maravillarse ante un moái al atardecer son experiencias que fortalecen vínculos, educan con ternura y nos recuerdan que los parques son, en esencia, una herencia compartida que debemos cuidar con responsabilidad y cariño.

Visitar un parque nacional no es solo entrar en contacto con la naturaleza en su estado más puro, es también una experiencia profundamente humana. Cada sendero recorrido, cada silencio compartido frente a un paisaje imponente, cada conversación al abrigo de un bosque nos une con quienes caminan a nuestro lado. En los parques se tejen recuerdos familiares, amistades que se fortalecen y momentos que quedan grabados en la memoria tanto como los paisajes mismos. Porque proteger y visitar estos lugares no es únicamente un acto de conservación ambiental, es también un regalo de encuentro y de vida compartida.

Por Francesca Machiavello Narváez, Académica en Administración de Ecoturismo, Universidad Andrés Bello.

FUENTE: AGENCIA

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