Si alguna certeza teníamos en pleno siglo XXI, era que los tratados de libre comercio estaban escritos y firmados en piedra. Han sido varios los presidentes: Lagos, Piñera y ahora Boric, los que transitaron por las tensiones creadas por cada uno de esos tratados, la última tramitación del TPP11 en el parlamento chileno nos llevó a estudiar la ubicación, composición, disposición y los resultados que, estadísticamente, definen la moda o lo que más se ha repetido en los dictámenes de los tribunales internacionales de la libre competencia.
En ese sentido y hasta la fecha, Saskia Sassen tiene razón cuando advierte que en esta época de la globalización son las organizaciones privadas las que crean nuevos tipos de autoridad, redefinen la esfera pública y las funciones estatales, incluyendo el ejercicio de la soberanía.
Cuando todo es estable y las reglas del juego son claras, los inversionistas pueden diseñar sus estrategias porque las jugadas son previsibles, debido a que hay confianza. Arjun Apparudai, creador del título: La modernidad desbordada, también nos señala que las posibilidades de creación y ejercicio de deberes y derechos, son realizables gracias a técnicas inscritas en las prácticas diarias de las personas.
Sin embargo, el contenido políticos de las nuevas tasas arancelarias del gobierno de Estados Unidos de Norteamérica, y el lenguaje simbólico de su difusión, nos permite sospechar varias consecuencias. En lo inmediato, volvemos la mirada a los argumentos de Gabriel Tarde, quién suponía que el fenómeno económico en general y los diversos actores en los diferentes mercados en particular, están movidos por sus pasiones y, posteriormente, se les conocen estrategias para cardar el caos y convertirlo en orden.
La vida en común, según Tarde, tiene tres formas de valor: valor-utilidad, valor-verdad y valor-belleza. Al menos los dos últimos valores, en el mediano plazo, estarían desbordado la globalización.
Por: Nicolás Gómez Núñez, Sociólogo y académico U. Central