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Trabajar y apagar fuegos, la doble vida de los bomberos en Chile

Santiago de Chile, 18 jul (EFE).- Marco Antonio Cumsille, superintendente de bomberos de Santiago, abre el maletero de su coche y muestra su uniforme, una vestimenta que adquirió con donaciones porque el cuerpo de Bomberos de Chile es voluntario, sus miembros no perciben ningún sueldo del Estado.

El máximo cargo de los Bomberos de Santiago no es una excepción y para ganarse la vida trabaja en el canal Chile Visión como productor ejecutivo de Deportes, aunque siempre tiene su indumentaria cerca, listo para salir ante cualquier alarma.

“Somos voluntarios pero no por eso menos profesionales. Lo único a voluntad es la entrada (al cuerpo de Bomberos). Luego todos nos sometemos a unas estrictas normas, que nos obligan a acudir a un número mínimo de emergencias, hacer guardias nocturnas los primeros diez años y formarnos regularmente”, afirmó a Efe Cumsille.

Ningún bombero en Chile cobra por su labor, tan solo perciben un sueldo los conductores y los telefonistas, que deben tener turnos fijos durante todo el día, el resto de integrantes compagina su arriesgada pasión con otra profesión.

Desde abogados a obreros, arquitectos o veterinarios, hay 50.863 voluntarios en el país que atienden las emergencias por la gratitud de sus socorridos como recompensa y el orgullo de “ayudar a cambio de nada”, aseguró a Efe el bombero y empresario Martín Kuntsmann, de 33 años, y que cuenta con tres lustros en la entidad.

Su financiación procede en parte de recursos entregados por el Estado, mediante la Ley Marco de los Bomberos, promulgada en el 2012, y de lo que recaudan en distintas actividades, así como de las cuotas mensuales que pagan los mismos voluntarios.

El Estado chileno financia la mitad de los gastos operativos en el caso de los Bomberos capitalinos, que durante el mes de mayo realizaron una campaña de captación de socios para comprar los uniformes, los camiones y la maquinaria necesaria para asistir en todo tipo de incidentes, más allá de los incendios.

A las salidas del metro y en las calles más concurridas, los santiaguinos vieron las aceras invadidas por bomberos, ataviados con sus uniformes, pidiendo afiliaciones para renovar sus materiales con la convicción de ser la institución mejor valorada del país.

“No nos interesa que nos paguen”, concluye a Efe una de las 7.623 bomberas de Chile, Camila Valdebenito, quien a sus 28 años lleva diez en el equipo de socorristas e intenta compaginar el cuartel -en el que pasa más tiempo que en su casa y que recorre mostrando cada espacio como propio- con ser ingeniera de seguridad y madre separada.

Valdebenito, como la mayoría de bomberos chilenos, ha organizado su vida en torno a su vocación: el colegio de su hija está a tres cuadras del cuartel y cada tarde, tras recogerla, regresan al parque de bomberos y conviven con los hijos de sus compañeros.

Los cuarteles son como una familia y tienen espacios de descanso, ocio y comida; todos se conocen, hacen vida en comunidad y, según sus horarios laborales, pasan gran parte del día allí.

Samuel Lira, de 38 años, es publicista e ingeniero comercial y siempre lleva la radio de emergencias encendida -además de la aplicación- para estar informado de los incidentes que se suceden durante el día.

“En horario de oficina es difícil arrancarse a un incendio. Depende del trabajo de cada uno, del cargo que tenga y de la facilidad que le ponga la jefatura. Aunque si es muy grande, uno irá igual”, explicó Lira en el centro de Santiago, vestido de bombero para captar socios durante la campaña, que realizan cada tres años.

Desde 2016 existe una ley que obliga a los empleadores a dar permiso para asistir emergencias a los bomberos sin que por ello peligre su empleo, una norma que antes solo protegía a los funcionarios pero que ahora también da cobertura en el sector privado.

“Cada uno tiene que regular sus tiempos. Estoy encargado de las retransmisiones deportivas y sé que en medio de un partido de la selección no me iré a un fuego. Pero todo depende de la situación”, explicó el superintendente Cumsille, quien no descartó abandonar su puesto en caso de que muriera un compañero.

La mayoría de voluntarios se acerca a esta sacrificada profesión de la mano de un familiar perteneciente ya al cuerpo.

Hay otros que entran por curiosidad o amistad en la brigada juvenil, una agrupación de niños de doce a diecisiete años que se preparan y entrenan para introducirse en la institución.

Este fue el caso de Nicolás Mckay, de 18 años, que estudia para ser piloto comercial y lleva años relacionado con su cuartel, aunque oficialmente entró al cumplir la mayoría de edad.

“Hay que saber organizarse bien pero si uno es responsable puede ser bombero, estudiante y ver a la familia”, aseguró.

Aunque los voluntarios no cobren nada y hasta deban aportar una cuota mensual, disponen de algunos beneficios como recibir una pensión por incapacidad y la cobertura de los gastos médicos en caso de accidente.

“Si nos pagaran, estaríamos a merced del político de turno. Hay que cuidar a la institución de los Bomberos, somos los mejor valorados de Chile y con la política las cosas se ensucian”, sentenció Kunstmann.

Patricia López Rosell

Fuente: msn.com

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