El alza del puntaje mínimo para estudiar pedagogía —de 502 a 626— ha encendido el debate público. Las críticas apuntan al riesgo de perder matrículas y agudizar el déficit docente. Pero la pregunta incómoda es otra: ¿Debemos seguir bajando la vara para llenar aulas universitarias o atrevernos a exigir lo mínimo indispensable para formar a quienes guiarán a las futuras generaciones?
Un 60% de logro en la PAES, equivalente a un 4,0 en nuestra escala, no es excelencia: es apenas aprobar. Y, sin embargo, se presenta como una amenaza. Lo verdaderamente escandaloso no es que pidamos ese nivel, sino que hayamos normalizado durante años que el país acepte menos para quienes deciden enseñar. Chile reclama calidad educativa, pero sigue atrapado en la lógica de la cantidad: más matrículas, más cobertura, más números. Como si la educación fuera una planilla Excel y no un proyecto de país.
La OCDE lleva más de una década advirtiendo que Chile enfrenta un déficit docente (OECD, 2019). Y Casassus (2021) nos recuerda que una escuela que no transforma, reproduce desigualdades. Subir el puntaje de ingreso no resolverá nada si no se dignifica la profesión: sueldos estancados, condiciones laborales precarias, exceso de burocracia y un nulo reconocimiento social seguirán ahuyentando a los mejores talentos.
¿Queremos realmente profesores de calidad o solo maquillar la crisis con exigencias numéricas, mientras seguimos negando
Por Juan Pablo Catalán, académico e investigador de la Facultad de Educación y Ciencias Sociales UNAB