Médicos del trabajo han debido actualizar protocolos para enfrentar los peligros del uso intensivo de pantallas y plataformas digitales en distintas ocupaciones laborales remotas. El salto tecnológico y el giro que impuso la pandemia consolidaron el teletrabajo. Con él, emergieron riesgos poco visibles: fatiga y burnout digital. En esta modalidad, la fatiga mental domina: gestionar múltiples canales, sostener videollamadas extensas, estar pendiente en todo momento del celular y autorregular pausas en entornos sin estructura sobrecarga el cerebro. La fatiga visual, por luz azul y menor parpadeo, se traduce en cefaleas, mal sueño y agotamiento. Trabajar en espacios improvisados —cama, sofá, comedor— favorece trastornos músculo-esqueléticos y dificulta la desconexión mental. Hábitos como comer frente a la pantalla, responder mensajes desde la cama o estar disponibles 24/7 mantienen al sistema nervioso en alerta constante.
Aplicaciones con inteligencia artificial pueden detectar patrones de fatiga y recomendar pausas; monitores que ajustan brillo y temperatura de color protegen el ritmo circadiano; softwares que observan la multitarea sugieren descansos cognitivos ante saturación. A nivel organizacional, crecen los bloques sin reuniones, las métricas de bienestar digital —interrupciones, calidad de desconexión— y los micro-descansos planificados. El paradigma cambia: no basta medir productividad; hay que medir salud cognitiva y emocional.
¿Alcanza la regulación? La Ley 21.220 regula el teletrabajo y consagra el derecho a desconexión, pero su alcance es parcial: cubre solo a quienes trabajan a distancia y deja fuera a millones de trabajadores presenciales expuestos. No define límites de tiempo frente a pantallas, pausas digitales obligatorias ni medidas contra la fatiga visual o el burnout. La fiscalización es difusa y las sanciones, poco claras. Con frecuencia se cumple en lo formal, sin cultura de prevención.
Chile debe reconocer la sobreexposición digital como riesgo ocupacional integral. Una política robusta debiera fijar pausas cada dos horas, límites de exposición continua, protocolos de iluminación y ergonomía digital, evaluaciones de fatiga y extensión del derecho a desconexión a todos los trabajadores, independiente de su modalidad. Una Ley de Salud Digital Laboral permitiría abordar un problema que ya es una amenaza transversal al bienestar.
Medir y gestionar la fatiga en equipos remotos exige nuevas herramientas prácticas. Ya no basta con horas registradas: hay que analizar tiempos de conexión, número y duración de reuniones e integrarlos con productividad, entre otros aspectos. Encuestas validadas como el Checklist Individual Strength (CIS) evalúan fatiga física y mental. Señales tempranas —respuestas lentas, menor participación, ausencias por “problemas técnicos”, cambios de horario— deben gatillar acciones: desconexión efectiva, rotación de reuniones, presupuestos para equipamiento ergonómico, días de trabajo profundo sin reuniones y pausas activas grupales.
El teletrabajo llegó para quedarse, pero no a costa del bienestar. La productividad sostenida es incompatible con la fatiga invisible y crónica. Reconocer la salud digital como eje de la salud laboral es el primer paso para construir un futuro del trabajo que potencie el talento humano encondiciones justas y sostenibles. Cuidemos la mente y el sueño.
Por Dr. Francisco Javier Caballero Ortega, miembro de la Sociedad Chilena de Medicina del Trabajo (SOCHMET)