En entrevista con La Tercera, el exsecretario ejecutivo de la CIDH afirma que las de hoy “son posiblemente las elecciones más polarizadas de la historia brasileña”.
Asegura que en EE.UU. “están preocupados con la democracia en Brasil y con el debido respeto a la integridad del proceso electoral”. Lo dice Paulo Abrão, exsecretario ejecutivo de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CDIH) y actual director ejecutivo de Washington Brazil Office (WBO), una ONG prodemocracia que viene realizando un intenso trabajo en Washington, donde tiene su sede, de cara a los comicios presidenciales de hoy en el gigante sudamericano.
“Nuestra organización ha jugado un rol fundamental en conectar a la sociedad civil organizada brasileña con interlocutores en Estados Unidos”, explica a La Tercera el experto en derechos humanos y profesor de derecho brasileño. Y Abrão asegura que las gestiones han tenido “resultados concretos”. Así, detalla que más de 40 parlamentarios norteamericanos presentaron una carta al Presidente Joe Biden, “pidiendo que la Casa Blanca deje claro que no aceptará un golpe en Brasil”. “El Senado norteamericano aprobó el día 28 una moción en este sentido, por unanimidad. Ningún senador, incluyendo los republicanos, se opusieron”, enfatiza, antes de agregar que “en el Parlamento Europeo, 50 eurodiputados presentaron una carta semejante a la Comisión Europea, que es el órgano ejecutivo”.
“No se trata de intervencionismo internacional, sino que de asumir una responsabilidad compartida con la protección de la democracia en el mundo”, justifica Abrão, quien en la siguiente entrevista entrega su visión de la disputa que hoy mide en las urnas al actual Presidente Jair Bolsonaro con el exmandatario y líder del izquierdista Partido de los Trabajadores (PT), Luiz Inácio Lula da Silva, quien llega como favorito a estos comicios que han polarizado a Brasil.
¿Cuán polarizado llega Brasil a estas elecciones?
Muy polarizado. Estas son posiblemente las elecciones más polarizadas de la historia brasileña. Pero la polarización no es entre derecha e izquierda, sino que, entre democracia y autocracia, o por lo menos nuevas formas de autoritarismos, formas contemporáneas de destrucción de los principios e instituciones que conforman un régimen democrático.
Es impresionante que hayamos llegado a una situación en la cual un presidente como Bolsonaro haya sido elegido democráticamente el año 2018 bajo la promesa explícita y pública de destruir la institucionalidad democrática y defender la dictadura en Brasil. Y es surreal que estemos ahora en una elección donde se juega la continuidad o no de este proceso de erosión democrática de nuestro país.
Esta es, por lo tanto, la polarización: entre demócratas de varios matices y una extrema derecha nostálgica de la dictadura y que tiene por ídolos a generales que han sido declarados formalmente por la justicia como torturadores.
Durante la campaña hubo advertencias sobre el alza de la violencia política. ¿A qué factores atribuye este fenómeno?
La violencia política ha crecido porque hemos pasado los últimos cuatro años bajo el gobierno de un presidente que dictó una serie de medidas ejecutivas para aumentar el acceso a armas de fuego en el país y asumió el discurso de odio como narrativa oficial. Brasil tenía una legislación extremadamente restrictiva en este tema de armas. Bolsonaro hizo una revolución normativa en el sector, sin pasar por el Congreso, dictando puras medidas ejecutivas.
El resultado ha sido un incremento de 473% en el número de licencias legales para posesión de armas de fuego en el país a lo largo de los cuatro años de mandato de Bolsonaro. El crecimiento ha sido aún más acentuado en las 16 regiones del país en las que él fue más votado el año 2018.
El presidente es una persona que en sus mítines dice que hay que ametrallar a sus adversarios políticos, hace “bromas discriminatorias” con la comunidad LGBTI, afrodescendiente, indígena y feminista. Cuando era diputado, daba entrevistas diciendo que el error de la dictadura brasileña había sido el no haber matado a suficiente gente. Bolsonaro posa para fotos haciendo una pistola imaginaria con los dedos de la mano. Es obsesivo con el tema del armamento y de la violencia en sus discursos políticos.
Es un líder que colecciona declaraciones abiertamente violentas en contra de los derechos humanos. Dice que los derechos humanos son el abono de los sinvergüenzas. Su postura pública activó a sus seguidores a repetir y materializar este tipo de violencia en sus territorios dentro y fuera del país. ¿Qué se puede esperar? Que la violencia política crezca. Y es justamente lo que ha ocurrido durante las elecciones.
En agosto usted afirmó que Bolsonaro cometió un “error de cálculo” cuando cuestionó el sistema de votación brasileño ante los embajadores en Brasilia. ¿A dónde apuntaba esa estrategia del mandatario?
Cuando reunió a los embajadores extranjeros en Brasilia para denunciar supuestas irregularidades en el sistema electoral brasileño, Bolsonaro buscaba manipular a sus interlocutores y crear una escena que diera sustentación al guión fantasioso que él había propuesto. La intención era utilizar a estos interlocutores internacionales como figuras pasivas en una novela. El buscaba actuar en el plano internacional para generar un hecho de repercusión doméstica. En sus fantasías, él sería una especie de héroe, que aparecería ante el mundo denunciando una injusticia. No importa si era verdad o no. La intención era generar la imagen, para después presentarla a sus partidarios con una narrativa distorsionada.
El problema es que los países extranjeros involucrados en este teatro no se dejaron utilizar. Muchos no aceptaron el rol que Bolsonaro trató de imputarles. Y no aceptaron porque saben que, dentro de sus propios países, hay también líderes populistas y autoritarios de una nueva extrema derecha que buscan hacer lo mismo: distorsionar los hechos y movilizar a una base resentida y extremista para dañar el sistema democrático.
Las reacciones no tardaron. Y llegaron desde el centro del poder mismo. El gobierno de EE.UU. ha dejado claro, de manera explícita y pública, que no aceptaría ningún cuestionamiento injustificado al sistema electoral y a la democracia en Brasil. Vea, la democracia norteamericana había sufrido un durísimo golpe con la invasión al Capitolio por partidarios de Trump el 6 de enero de 2021. ¿Qué hace a Bolsonaro pensar que la Casa Blanca no reaccionaría a un intento semejante en Brasil, protagonizado por un admirador declarado de Trump?
O sea, esta operación con los embajadores fue un desastre, bajo todo punto de vista, y marcó un punto crucial de desaprobación, desprestigio y aislamiento del presidente brasileño.
¿Existe realmente el riesgo de que Bolsonaro no reconozca los resultados de las elecciones si son adversos para él?
Existe, porque él mismo lo dice. No es cuestión de buscar e interpretar señales ocultas. Él lo dice a diario y explícitamente. Hay una inmensa colección de declaraciones de Bolsonaro en las que él dice que no dejará el poder. Son declaraciones siempre acompañadas de atenuantes y condicionantes que pueden variar: a veces dice que no puede aceptar una derrota porque el sistema no es confiable, a veces porque la justicia está en su contra y manipula resultados, a veces porque las encuestas son falsas e influyen en el voto. No importa. El tema es que él mismo dice a diario que no pretende dejar el poder.
Otra cosa es tratar de determinar si él tiene condiciones de practicar lo que dice. Llevar a cabo un golpe de nuevo tipo -porque no aceptar los resultados es una forma de golpear a la democracia misma- depende de condiciones prácticas, concretas, reales. Es algo que va más allá del discurso. Bolsonaro busca asociarse a los militares, tratando de involucrar a las Fuerzas Armadas en su movimiento de contestación. Él hace lo mismo con las fuerzas policiales.
Si bien es verdad que él tiene enorme apoyo en estos sectores, es exagerado considerar que esta simpatía hacia él se va a convertir automáticamente en una participación. Además, las señales y advertencias que han sido dadas por el gobierno de EE.UU. y sectores centrales de la comunidad europea e internacional en los últimos meses es un freno importante para estos aires de sublevación.
Aún así, claro, Bolsonaro no aceptará pacíficamente una eventual y muy probable derrota. Él siempre tratará de levantar dudas infundadas sobre el proceso, como hace Trump, su ídolo, en EE.UU., hasta el día de hoy.
A su juicio, ¿está garantizada la limpieza del proceso electoral? ¿El voto electrónico es seguro?
Sí. El sistema electoral brasileño es confiable, seguro, transparente y ha demostrado esta confiabilidad a lo largo de las últimas décadas. Bolsonaro mismo ha sido elegido diputado diversas veces seguidas a lo largo de los últimos 30 años por este mismo sistema, sin jamás haberlo cuestionado. La contestación que él hace ahora es un argumento falaz, de conveniencia, no es real y no encuentra respaldo en los hechos.
Pero las elecciones y la democracia no se limitan a la calidad de las urnas. Brasil tiene un sistema de pluralidad partidaria, con elecciones regulares, con instituciones fuertes e independientes, con prensa libre, amplia libertad de manifestación, de expresión y asociación. Hay un ambiente democrático muy abierto, diverso y vibrante.
¿Qué opina de la supervisión de los militares a las urnas de votación electrónicas?
Esta no es absolutamente una atribución de las Fuerzas Armadas. Lo que pasa es que Bolsonaro ha forzado esta participación y lo ha hecho de forma muy maliciosa y dañina.
Los militares brasileños desempeñan tradicionalmente un rol importantísimo en las elecciones: son responsables por la protección de ciertos locales de votación que requieren la presencia de tropas federales por razones específicas de inseguridad, como la Amazonía, por ejemplo. Ellos también trasladan urnas y otros equipamientos por ríos, selvas y otras zonas remotas de un país gigantesco, que tiene dimensiones continentales y enormes desafíos logísticos.
Por eso es que ellos toman parte en las instancias correspondientes de la Justicia Electoral. Pero jamás los militares han opinado sobre aspectos vinculados a la elección misma o tenido una función de fiscalización electoral. Bolsonaro ha hecho un uso pérfido de esta condición de los militares para, con eso, interferir en el proceso. O sea: los militares están legítimamente en la mesa, pero no con las atribuciones que Bolsonaro les imputa. Esta es una perversión del rol de las Fuerzas Armadas en dicha instancia.
La Casa Blanca y el Congreso norteamericano han dicho que monitorearán “de cerca” los comicios y que esperan que se respete el orden constitucional. ¿Había visto alguna vez a EE.UU. tan preocupado del proceso electoral brasileño?
Es un gesto inédito, muy claro e inequívoco de parte del gobierno de EE.UU. Es un gesto muy fuerte, hecho de forma pública y visible, una advertencia dirigida hacia Bolsonaro y las Fuerzas Armadas. Y pienso que es un mensaje que ha llegado donde tenía que llegar.
Nosotros no somos ingenuos y por supuesto sabemos de todas las formas, positivas y negativas, con que EE.UU. ha influido en la política interna de diversos países en el mundo. Sabemos del rol pernicioso que los norteamericanos tuvieron no solamente en el golpe de Estado en Brasil, en el año 1964, sino que también el golpe de 1973 en Chile y en golpes semejantes en otras partes del mundo durante los años de la Guerra Fría o incluso después.
El tema es que no se puede reducir todo a eso, sin comprender las circunstancias y dinámicas que ocurren dentro de la propia política doméstica norteamericana. Es evidente que la invasión del Capitolio tuvo un impacto tremendo en la forma como muchos norteamericanos, incluyendo especialmente la clase política, ven la defensa de la democracia.
¿Qué perspectivas ve para Brasil frente a un eventual triunfo de Lula en las elecciones?
Primero, veo la oportunidad de una repactación democrática. O sea, volver a afirmar la importancia del voto, la confianza en el sistema electoral, el respeto al otro, al adversario circunstancial, a la prensa libre, a las diferencias, a las minorías, a los grupos más vulnerables, volver por lo tanto a un estado civilizatorio en el que los años de Bolsonaro nos han hecho retroceder tremendamente. Hay que repactar la vida en sociedad y restablecer el piso mínimo para la convivencia democrática pacífica, sin amenazas de violencia, de discursos de golpe, de militarización de la vida civil.
Después, bueno, hay que deshacer un conjunto enorme de legislaciones perniciosas que han incrementado la disponibilidad de armas de fuego, que han llevado la destrucción ambiental a niveles inéditos, que han fragilizado la institucionalidad de protección a los derechos humanos, que han permitido desproteger a los pueblos indígenas, que han permitido la proliferación de grupos armados organizados, las llamadas milicias, y que han permitido una completa inversión del orden de las cosas en lo que respecta al efectivo control civil sobre los militares en Brasil.
Lo otro es la vida política misma: hoy la recuperación de una economía devastada tras la pandemia, la disputa sobre el modelo de gestión del Estado, el debate sobre las reformas en la legislación del mundo del trabajo y de su precarización, no importan: son temas normales, de un gobierno normal, que puede debatir su propuesta de sociedad con un Congreso, con la participación social, un gobierno electo que sabe que es limitado por el Poder Judicial, que es fiscalizado por una prensa libre e independiente sin criminalizarla o atacarla. O sea, es lo que solíamos tener, aunque fuera de manera imperfecta, antes de que el bolsonarismo existiera.
Por último, en el ámbito de la política exterior, espero que, si es vencedor, Lula se sume al lado del Presidente Boric y otras autoridades latinoamericanas, para liderar una recuperación del proceso de integración regional como punto de partida para posicionar el protagonismo del sur global en la lucha contra la desigualdad y la pobreza global, asegurar un enfoque de los derechos humanos en el enfrentamiento del cambio climático y actuar de manera coordinada y bastante proactiva en la valorización y democratización de los espacios y órganos multilaterales, defendiendo y asegurando la presencia de las voces de la sociedad civil y movimientos sociales.
Fuente: La Tercera