Por Nicolás Acevedo, Director Ejecutivo Fundación Operación Infancia.
¿Cuántas veces has soñado con tener superpoderes? Teletransportarte, volar, leer la mente. En los cómics, esos poderes salvan el mundo. Pero en la vida real, hay uno que transforma más que todos y no necesita ni magia ni ciencia ficción: la amistad.
Puede parecer algo simple y cotidiano, que se da por sentado, pero no lo es. Para un niño o niña en la infancia media, esa etapa crucial entre los primeros aprendizajes y la adolescencia, tener un amigo verdadero no solo significa tener un compañero de juego. Implica el desarrollo de una relación con otro que les permite sentirse vistos, escuchados, validados. Significa aprender a compartir, a pedir perdón, a ponerse en el lugar del otro. La amistad, en esta etapa, no es un lujo: es una herramienta de desarrollo socioemocional clave.
En Fundación Operación Infancia lo vemos cada semana. Cuando un niño tímido se atreve a hablar porque alguien lo invitó a jugar, o cuando una niña que vivió una situación de violencia, sonríe porque alguien se sentó a escuchar sin juzgar. Esos gestos, pequeños a primera vista, son actos de crecimiento. De reparación. De dignidad.
Diversos estudios muestran que tener vínculos afectivos positivos desde la infancia impacta directamente en la salud mental, el bienestar, la resiliencia y hasta la esperanza de vida. Y en una etapa de la vida donde se construyen los mapas más duraderos del mundo emocional, tener un buen amigo puede marcar la diferencia entre retraerse o florecer.
Nuestros voluntarios son conscientes de ello, y utilizan el juego para generar una presencia significativa en los niños, y modelar con su ejemplo lo que significa cuidar, sostener y confiar. Porque la amistad se enseña viviéndola y qué mejor que hacerlo mediante espacios lúdicos.
Hoy, en el Día de la Amistad, queremos decirlo fuerte y claro: cultivar amistades en la infancia no es algo secundario. Es una forma poderosa de construir salud mental, bienestar y sentido de pertenencia.
Los verdaderos héroes no vuelan ni leen la mente. A veces, simplemente se sientan al lado de alguien y preguntan: “¿Quieres jugar conmigo?”