El 6 y 9 de agosto de 1945, las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki sufrieron los devastadores efectos de las bombas atómicas lanzadas por Estados Unidos.
Las explosiones no solo causaron la muerte inmediata de entre 150 mil y 246 mil personas, sino que también dejaron a miles de sobrevivientes, conocidos como hibakusha, enfrentando consecuencias de salud a largo plazo debido a la exposición a la radiación, según las investigaciones de la Radiation Effects Research Foundation (RERF).
Las secuelas y daños de los sobrevivientes de las bombas atómicas
Las bombas atómicas liberaron una combinación letal de calor extremo, ondas de choque y radiación ionizante, según una nota de Perfil, debido a los 80 años del lanzamiento de la primera bomba nuclear, en la Segunda Guerra Mundial
En Hiroshima, se estima que entre 90 mil y 166 mil personas murieron en los primeros meses, mientras que en Nagasaki la cifra osciló entre 60 mil y 80 mil. Muchas de estas muertes se debieron a lesiones físicas, quemaduras severas y el síndrome de radiación aguda (ARS, por sus siglas en inglés), que afectó a quienes estuvieron expuestos a altas dosis de radiación.
Los síntomas del ARS incluyeron náuseas, vómitos, fiebre, diarrea, pérdida de cabello y hemorragias internas, causadas por daños en la médula ósea y el tracto intestinal.
Los sobrevivientes que experimentaron ARS a menudo murieron en semanas debido a la incapacidad de sus cuerpos para combatir infecciones o regenerar células dañadas. La falta de infraestructura médica, con el 90% de los médicos y enfermeras de Hiroshima muertos o heridos, exacerbó la crisis, dejando a muchos sin atención adecuada.
Cáncer y prejuicios: los enemigos de los hibakusha
Uno de los impactos más significativos de la exposición a la radiación fue el aumento en la incidencia de cánceres, particularmente leucemia. Según estudios de la RERF, la leucemia comenzó a manifestarse aproximadamente dos años después de los bombardeos, alcanzando un máximo entre cuatro y seis años más tarde.
Los niños, debido a su mayor vulnerabilidad, fueron los más afectados, con un riesgo atribuible de leucemia del 46% entre los sobrevivientes expuestos.
A partir de 1956, se observó un incremento en otros tipos de cánceres sólidos, como los de pulmón, hígado, estómago, colon y tiroides, con un aumento del 42% en el riesgo de cáncer para aquellos expuestos a la radiación.
Sin embargo, los datos muestran que el impacto en la longevidad fue limitado, reduciendo la esperanza de vida promedio en solo unos meses para la mayoría de los sobrevivientes.
Los hibakusha no solo enfrentaron daños físicos, sino también profundas secuelas psicológicas. En las décadas posteriores, los sobrevivientes reportaron síntomas compatibles con el trastorno de estrés postraumático (TEPT), incluyendo fatiga general, amnesia, falta de concentración, palpitaciones y sentimientos de culpa o desesperanza.
La discriminación social, basada en el temor infundado de que las enfermedades por radiación fueran contagiosas o que los sobrevivientes pudieran tener hijos con defectos genéticos, agravó su sufrimiento.
Aunque los estudios no encontraron evidencia de un aumento significativo en defectos congénitos en los hijos de los hibakusha, estas percepciones erróneas persistieron, afectando las oportunidades de matrimonio y empleo de los sobrevivientes.
Horrorosas secuelas y daños
Los estudios de la RERF también examinaron a los niños expuestos a la radiación mientras estaban en el útero. Aquellos expuestos entre las semanas 8 y 15 del embarazo mostraron un aumento estadísticamente relevante en discapacidades mentales, microcefalia y problemas de crecimiento físico.
Sin embargo, el riesgo de cáncer en este grupo fue menor en comparación con los niños expuestos directamente durante la infancia. Los bebés expuestos en etapas posteriores (semanas 16 a 25) mostraron menos efectos adversos, lo que sugiere una ventana crítica de vulnerabilidad durante el desarrollo fetal.
Los estudios de los hibakusha han sido fundamentales para establecer estándares globales de protección contra la radiación.
La RERF, creada en 1975 tras la reorganización de la Atomic Bomb Casualty Commission (ABCC), siguió a más de 120 mil sobrevivientes y sus descendientes, proporcionando datos que han informado regulaciones sobre exposición a la radiación en entornos médicos, laborales y ambientales.
El calvario físico y psicológico de muchos hibakusha duró toda su vida. Muchos ocultaron durante mucho tiempo su sufrimiento y sufrieron discriminación, especialmente en lo que respecta al matrimonio.
Durante décadas, muchos creyeron erróneamente que la “enfermedad de los rayos” era hereditaria, incluso contagiosa, y por ello evitaban relacionarse con los hibakusha.
Tras la guerra, el gobierno japonés creó la condición de “víctima oficial” de las bombas atómicas, que daba derecho a asistencia sanitaria gratuita. Pero este derecho se concedía en condiciones restrictivas, lo que excluía a miles de víctimas.
Algunos hibakusha se convirtieron en fervientes activistas por la causa pacifista y antinuclear, viajando por todo el mundo para compartir su testimonio. Un movimiento que reúne a los supervivientes irradiados, Nihon Hidankyo, que exhorta a los Estados a actuar para eliminar las armas nucleares, fue galardonado con el Premio Nobel de la Paz 2024.
FUENTE: BIOBIO CHILE