Cerrar

La notable historia de los Salinas, la pareja de hermanos chilenos que deslumbra en el balonmano de España

Rodrigo ha sido escogido entre los jugadores más importantes de España, mientras que a Esteban lo han galardonado como el mejor pivote de América en más de una ocasión.

Dos adolescentes cruzaron el Atlántico desde Viña del Mar a España. Rodrigo Salinas lo hizo primero y lo siguió su hermano Esteban unos años después. Ambos lo hacían con una extraña seguridad. Sabían que eran buenos en el balonmano y que aquí no había mucho margen de mejora.

El paso del tiempo les ha dado la razón. Rodrigo figuró la pasada temporada entre los 50 mejores jugadores de la exigente liga hispana y Esteban ha sido elegido tres veces el mejor de América en su posición.

Juntos, además, han ido a mundiales y sueñan con una inédita clasificación a los Olímpicos. Con la selección dieron el golpe a la cátedra el año pasado obteniendo una medalla de plata en los Panamericanos. Crecieron viendo cómo Chile por 20 o 30 ante Argentina o Brasil y hoy le plantan cara a esas potencias.

La historia de ambos tiene como punto de inicio el colegio Winterhill. Allí empezaron a practicar el deporte familiar. Su padre jugó y sus otros hermanos también, pero a ellos primero les llamaba más la atención el fútbol.

“Iniciamos junto a un tío nuestro, Luis Martínez. Un viernes por la tarde no había clases y mi tío me dice ‘Ponte de portero que nos falta uno’. Me puse en la portería. Yo era portero de fútbol, paré un par de bolas, les gusté y me gustó mucho cuando palpé el deporte. Le dijo si podía continuar en esto que me estaba gustando. Así comencé”, le cuenta Rodrigo a Emol.

La escalada fue veloz. Lo llamaron a la selección juvenil, acumuló trofeos individuales y se fue moviendo en la cancha hasta encontrar su posición como lateral derecho. A la vuelta de una gira, había llegado una carta a su casa. Desde España el Ademar de León lo invitaba a una prueba. En ese momento tenía 16 años.

Su mamá lo acompañó los primeros tres meses en Europa, pero después se quedó solo. Esa nostalgia que le agarra a los viajeros nunca lo consumió. No había tiempo.

“En un principio uno piensa si fue difícil o no por la soledad que podía llegar a tener en Europa, pero la verdad fue todo lo contrario. Yo iba creciendo como jugador día tras día, entrenando y era un sueño para mí. No tenía tiempo para pensar en todos y también sentía que tenía una mochila de responsabilidad con los que me habían apoyado. No los quería defraudar”, cuenta.

Un ejemplo de hermano

Esteban creció mirando a Rodrigo. Solo tres años los separan. Lo que su hermano conseguía pasaba a ser una meta. En el colegio Winterhill el entrenador lo molestaba por “gordito” y por eso lo puso de pivote.

Ya con 18 años estaba decidido a irse. El DT de la selección le consiguió una prueba en el segundo equipo del Torrevieja. Trabajó como garzón varios meses juntando plata para el viaje. “Mi sueño era jugar en la B de España y ya llevo seis años en la Primera División, un año jugando Champions, que no lo esperaba”, cuenta.

Al principio le decía a su hermano que quería ser el mejor del mundo. “Aquí te va a costar”, le advertía Rodrigo. Con su metro ochenta de estatura, Esteban es bajo para su puesto y le sacan varios centímetros de ventaja. Pero se las arregla. El año pasado, luego de un gol de gran factura, la Liga escribió en Twitter: “¿Alguien sabe qué desayuna? Amo y señor de los 6 metros”.

En el Torrevieja estaba su hermano. Él lo recibió. Alcanzaron a jugar un amistoso juntos. Más allá de sus cualidades técnicas, a sus compañeros les llamaba la atención sus personalidades tan distintas. El callado Rodrigo y el extrovertido Esteban.

El deporte nuevamente los llevó por caminos separados. Esteban siguió jugando en España, pero Rodrigo se fue a Rumania y luego a Francia, donde jugó una final europea. Relata que en Bucarest no vivió un buen año en lo deportivo, pero que le sirvió para hacerse fuerte mentalmente. En su primer día vivió una experiencia que nunca olvidará.

“Nada más pisar Rumania me llevaron a un monte en donde tuve que correr kilómetros sin sentido, era una especie de ejercicio de orientación y en todo eso se nos hizo muy de noche. Llegó un momento en que estábamos cerca de unos contenedores de basura donde aparecieron unos osos. Nunca había visto un oso salvaje. Fue impresionante”, apunta.

Se volvieron a juntar en 2018 en el Bidasoa-Irun. Fueron vicecampeones de la liga hispana y se clasificaron a la Champions. Un período particularmente feliz, con los dos entre los goleadores del elenco y disfrutando fuera de la cancha. Esteban firmó 125 goles en menos de 50 encuentros.

“Aquí compartíamos vestuario, día a día. Fue bonito estar con su hijo, con su mujer. Los fines de semana iba a comer a sus casas, entre semana nos juntábamos. Fue una temporada muy buena. Para mí fueron mis mejores años en España”, comenta el menor de los hermanos.

“Tenemos personalidades muy diferentes, pero dentro de la pista somos muy parecidos. Queremos dar el 100% en cada acción. En el partido somos muy competitivos. El como juega de pivote y yo de lateral nos conectamos muy bien, una mirada basta, a veces ni eso. Él sabe dónde se la voy a dar, es el pivote con el que he tenido más confianza en mi carrera”, complementa Rodrigo.

El balonmano los tiene en puntos distintos nuevamente. Se habían acostumbrado a tenerse el uno a otro, pero asumen que así es la vida itinerante de los deportistas. Rodrigo juega en el Bidasoa y Esteban firmó por el Granollers. Esperan que sus caminos se vuelvan a juntar más adelante.

FUENTE EMOL

scroll to top