Cerrar

Karpov-Kasparov: La épica rivalidad entre dos ajedrecistas brillantes que traspasó los límites del deporte

Anatoly Karpov y Garry Kasparov fueron dos genios del ajedrez y protagonizaron una de las rivalidades más grandes en la historia del deporte. La doble K. Se enfrentaron en cuatro mundiales consecutivos, pero lo suyo no era solo una lucha deportiva. Era un duelo político y estilístico, que se vivía con un potente odio mutuo. Cada uno representaba las dos facciones de una Unión Soviética resquebrajada en la década de los ochenta, en el período final de la Guerra Fría.

El ajedrez era uno de los deportes más importantes en la URSS. Hasta el propio Lenin lo había practicado. Era visto como un símbolo de la superioridad intelectual del hombre soviético y, por tanto, el Partido Comunista lo controlaba férreamente.

El siberiano Karpov desde muy joven contó con todo el apoyo del establishment y se convirtió en ídolo nacional luego de recuperar el título mundial para el país, aunque lo consiguiese porque el estadounidense Fisher no se presentó a la disputa.

Su imperial dominio comenzó a tambalear con la emergencia de Kasparov, oriundo de Azerbaiyán. Con solo 17 años había conseguido destacar en el durísimo campeonato de la URSS y había vencido a varios rivales de nombre. A diferencia del estilo clásico de Karpov, era agresivo y enérgico. Siempre quería aplastar a sus rivales. Su figuración no le gustaba al Kremlin. Estaba tachado como un rebelde. Un abanderado de la perestroika de Mijaíl Gorbachov como él mismo se definiría con el paso del tiempo.

El primer encuentro entre ambos ocurrió en 1984 y fue increíble. Karpov estaba dando cátedra, ganó cuatro de las primeras nueve partidas y necesitaba solo una más para revalidar su título. Sin embargo, Kasparov mantuvo los nervios y se lo hizo imposible. Estuvieron cinco meses jugando. Karpov languidecía y su desplome parecía inminente, pero en ese momento el presidente de la Federación Internacional de Ajedrez decidió suspender el enfrentamiento argumentando que los competidores no estaban bien de salud. Kasparov explotó como un volcán de rabia. Un escándalo.

“No me excuso por comparar la mafia del ajedrez que rodeaba a Karpov con la burocracia que floreció al final de la época de Brezhnev, que se apegaba ciegamente a su poder y privilegios”, escribió en su autobiografía “Hijo del Cambio”.

“La rivalidad con Kaspárov no sólo era deportiva, lamentablemente los políticos soviéticos entraron en el campo de batalla y cometí el mayor error que he podido cometer y es que acepté jugar mi primera partida contra Kaspárov en Moscú, porque los oficiales rusos no respetaban las normas internacionales y esto fue un gran problema en aquel momento. Pero sobreviví”, ha dicho su contrincante.

La venganza de Kasparov llegó un año después. En la última partida, Anatoli Karpov debía ganar con las piezas blancas y pese a arriesgar no lo logró. Kasparov, con 22 años, se convertía en el campeón del mundo más joven de la historia.

Pese a que el ajedrez no despierta el interés de las masas, las más de 100 partidas que disputaron rompieron récords de televisación en todo el mundo. Vivían pensando el uno en el otro. Las pocas veces que sus miradas se cruzaban parecía generarse un ambiente eléctrico.

Karpov, como ex campeón, tenía derecho a retar a Kasparov. Pese a los reclamos de este último, se enfrentaron nuevamente en el ’86. El duelo fue una montaña rusa de emociones. El genio azerí desperdició una gran oportunidad para sellar su victoria y Karpov forzó el empate. A esas alturas Kasparov estaba paranoico y acusaba a su equipo de analistas de venderle los documentos que preparaban a Karpov. Aún con todas las tribulaciones que lo agobiaban, pudo ganar.

Su siguiente duelo, y quizá el más rudo, fue en el Mundial de Sevilla 1987. Karpov lo tenía todo para triunfar, pero cometió un error indigno de su estatura en la jugada 35. Kasparov no lo creía y hacía gestos de asombro. Para muchos, una humillación a su rival, una muestra más del divismo que tanto empezaba a molestar. Tras más de dos meses, el “Ogro de Baku” se quedó con la victoria.

“El futuro de la Unión Soviética y del Muro de Berlín se había dirimido sobre un tablero de ajedrez”, escribió el diario Marca de España.

El último gran enfrentamiento ocurrió en el Mundial Nueva York-Lyon. “Lo aplastaré de una vez por todas”, prometió Kasparov. Efectivamente consiguió la victoria, pero no tuvo la contundencia que él había augurado.

Luego vinieron los años del declive para ambos. Sin embargo, sus cruces ya se habían convertido en historia. Por muchas razones.

 

Fuente: emol

 

 

scroll to top