Por más rutinario que parezca, el camino entre la casa y el trabajo puede esconder uno de los mayores riesgos laborales de nuestro tiempo. Hablamos de los accidentes de trayecto, esos que ocurren en el desplazamiento directo desde la puerta del hogar —o del lugar donde se pernocta— hasta el puesto de trabajo. Lo que muchos desconocen es que estos accidentes también están cubiertos por la Ley 16.744, siempre y cuando se cumpla un requisito clave: que el trayecto sea directo y sin desvíos personales.
Sin embargo, la realidad es más matizada que una línea recta. ¿Qué pasa, por ejemplo, si alguien deja a sus hijos en el colegio antes de ir a la oficina? La ley contempla esos casos lógicos y cotidianos, donde el trayecto sigue siendo razonable y coherente con la rutina laboral. A diferencia de los accidentes ocurridos dentro del trabajo, los de trayecto deben ser acreditados por el propio trabajador. Se requieren medios probatorios —testigos, registros, cámaras o avisos oportunos— que confirmen que el hecho ocurrió efectivamente durante el desplazamiento hacia o desde el empleo. No se trata de desconfianza, sino de un proceso administrativo de calificación que la ley exige para proteger los recursos del sistema y garantizar justicia en cada caso.
La buena noticia es que la cobertura existe para todos los trabajadores: dependientes, a través de su empleador afiliado a alguna mutualidad, e independientes, que deben gestionar su propia cotización. Con esto asegurado, cada trabajador en Chile cuenta con protección frente a accidentes laborales, de trayecto y enfermedades profesionales.
Los datos son claros y preocupantes: entre un 25% y 30% de los accidentes laborales en Chile corresponden a trayectos. No sólo son frecuentes, sino también más graves, pues suelen involucrar accidentes de tránsito de alta energía. En los últimos años, la irrupción de la micromovilidad —scooters eléctricos y bicicletas— ha traído nuevos desafíos. Lo que en principio parecía una alternativa ecológica y eficiente se ha convertido también en una fuente de riesgo si no se cuenta con infraestructura adecuada, educación vial y una cultura de autocuidado.
Según un estudio nacional realizado por la Achs y Datavoz, uno de cada cinco chilenos reconoce realizar acciones peligrosas durante su trayecto, como cruzar con luz roja, conducir con exceso de velocidad o no respetar pasos peatonales. Lo más alarmante: la mitad de los conductores admite manejar a exceso de velocidad, incluso a más de 120 km/h, al menos una vez por semana. Estos datos no solo hablan de imprudencia individual, sino de una brecha cultural profunda: la seguridad vial aún no es percibida como una extensión de la salud ocupacional, y eso es un error costoso. Fatiga, estrés, distracción y conductas de riesgo son factores que deben abordarse con la misma seriedad que cualquier otro riesgo laboral.
Fomentar una cultura de seguridad vial implica mucho más que entregar cascos o chalecos reflectantes. Significa construir conciencia, promover empatía entre peatones, ciclistas y conductores, y entender que cada trayecto —por corto que sea— forma parte del trabajo y de la vida. En definitiva, el día laboral no comienza al marcar la entrada, sino al abrir la puerta de casa. Aunque parezca banal, respetar los límites establecidos; movilizarnos a la defensiva y pensar en nuestra seguridad y la de quienes nos rodean, son simples actos cotidianos que pueden marcar la diferencia entre llegar… o no llegar.
Por Dr. Héctor Montory Córdova, miembro de la Sociedad Chilena de Medicina del Trabajo