Cada octubre, cuando el cáncer de mama vuelve a estar en el centro de las conversaciones y campañas de prevención, es importante mirar más allá del llamado —fundamental— a la detección temprana. Hoy debemos hacernos preguntas que van al corazón del problema: ¿Qué ocurre después del diagnóstico? ¿La sobrevida de una paciente depende solo del estadio en que se detecta el cáncer o también del acceso y la oportunidad que tenga para recibir tratamiento?
En Fundación Arturo López Pérez (FALP) analizamos los resultados de más de mil cirugías oncológicas y reconstructivas realizadas entre los años 2017 y 2018. Este estudio, entrega evidencia concreta sobre un punto crítico: la sobrevida cambia de manera significativa según la etapa en la que se detecta el tumor y la premura con que se inicia el manejo terapéutico.
Las pacientes que cuentan con un sistema de atención asegurado presentan una sobrevida global un 15% más alta que aquellas que enfrentan su enfermedad en contextos de atención más fragmentada o con tiempos de espera prolongados. Esta diferencia, lejos de ser casual, refleja el valor del acceso oportuno, del trabajo coordinado de equipos multidisciplinarios y de la continuidad en la atención.
Sabemos que el cáncer de mama diagnosticado en etapas iniciales tiene un pronóstico favorable: cuando el tumor se detecta en estadio I, las posibilidades de sobrevida a cinco años pueden superar el 90%. Pero si la pesquisa se hace en una fase avanzada y agresiva, como lo es el cáncer de mama triple negativo, la sobrevida se reduce drásticamente. Aun así, el estadio no lo explica todo. En muchos casos, la diferencia entre vivir o morir radica en la rapidez con la que se inicia el tratamiento. Retrasos de semanas o meses hacen que la enfermedad progrese, disminuyendo la efectividad de las terapias.
El desafío, por tanto, no termina con la detección precoz. Debemos garantizar que cada mujer diagnosticada reciba atención sin demoras, con tratamientos ajustados a los tiempos clínicos recomendados y con un acompañamiento continuo. Esto requiere sistemas de salud integrados, con protocolos claros, seguimiento efectivo y una mirada centrada en la paciente, no en la fragmentación institucional.
Ofrecer atención de calidad, eficiente y humana es posible cuando los procesos están diseñados para priorizar la oportunidad y la coordinación. La atención integral —que combina diagnóstico, tratamiento quirúrgico, quimioterapia, radioterapia y reconstrucción mamaria— mejora los resultados clínicos y la calidad de vida de las mujeres con cáncer de mama.
La sobrevida en esta enfermedad no depende únicamente de la biología del tumor, sino del sistema que acompaña a la mujer a lo largo de todo su tratamiento. Por eso, los datos deben transformarse en una herramienta para la acción, con el fin de impulsar políticas públicas que reduzcan las brechas entre los distintos sistemas de atención, fortalezcan la capacidad de respuesta y garanticen que ninguna paciente quede fuera por falta de oportunidad.
En Chile, cada año se diagnostican más de 6.000 nuevos casos de cáncer de mama. Detrás de cada número hay una historia, una familia y una posibilidad de vivir más y mejor si el tratamiento llega a tiempo. La evidencia lo demuestra: el acceso oportuno salva vidas tanto como la detección temprana.
Por Dr. Badir Chahuán, jefe de la Unidad de Cirugía Oncológica y Reconstructiva de Mama, Fundación Arturo López Pérez (FALP).