El desencuentro, producto de las malas políticas de planificación urbana y una libertad indiscriminada y permisiva, ha construido una verdadera cultura que ha transformado hasta el espacio más íntimo, que es nuestro lugar llamado hogar, en una solución para generar un buen negocio. Lo anterior tiene impactos insospechados.
La fundamental necesidad por contar con lugares para compartir, bien iluminados, con buena acústica, que nos haga sentir seguros y acogidos, impacta directamente en nuestra calidad de vida. Quizás un sentido primario de la arquitectura.
Pero la realidad es que lo anterior no sucede y va en disminución. En la actualidad, vemos con pudor y preocupación actos de violencia, que han penetrado incluso nuestras escuelas, un fenómeno que debe ocuparnos desde lo más profundo. El comportamiento, está probado que tiene un factor detonante sobre todo en los primeros años de vida, en cómo vivimos y como vemos e imaginamos el futuro, inmerso en el espacio construido que nos cobija y entrega o no esa tranquilidad que va desde el ser niño hasta el anciano.
Calles, plazas, parques y jardines cada vez se hacen más necesarios como un componente de diseño para el paisaje natural. Se hace urgente incorporar conceptos de diseño ambiental para evitar la desesperanza de muchos jóvenes que han aprendido a jugar en lugares escondidos, subterráneos, sobre fríos cementos entre el Co2 de escapes o en pasajes cerrados no ventilados, transformados en islas de calor. Esta violencia ambiental evidentemente será reflejada en acciones delictuales porque el ‘no hogar’ genera tribus urbanas que se manifiestan violentamente casi naturalmente como símbolo de su dura y abandonada infancia.
La búsqueda de espacios de felicidad, ausentes de nuestros programas escolares, también necesitan de forma urgente agregar temas de afecto para reconvertir nuestra convivencia cotidiana en una esperanza viva de que se puede recuperar un vivir más seguro y que el espacio construido más bien sea un aprendizaje para recuperar ese buen vivir y una expresión colectiva más amable y humana.
Uwe Rohwedder, arquitecto y académico UCEN