Mientras el gobierno de Estados Unidos despliega parte de poderío militar en las cercanías de Venezuela, con una considerable presencia de buques de guerra, submarinos, aviones y fuerzas navales; la tensión en Venezuela, y especialmente el régimen de Nicolás Maduro, se intensifica con el paso de los días. La situación se agita aún más por el respaldo que han mostrado otros países, principalmente Francia e Inglaterra, así como algunas naciones latinoamericanas a la postura de Trump.
Aunque aún no se puede hablar de una intervención militar directa, lo que estamos presenciando es un claro bloqueo económico y diplomático. Las sanciones y medidas de presión son una respuesta a la dictadura de Maduro, pero detrás de estas acciones también hay un enfoque más estratégico: desestabilizar y deslegitimar al régimen en un contexto regional y global cada vez más tenso. Un aliado clave de Estados Unidos en esta estrategia ha sido Guyana, vecino de Venezuela y con quien mantiene disputas territoriales, añadiéndole una capa más de complejidad a la dinámica.
La situación se agrava cuando observamos el respaldo de actores internacionales como Rusia, China y Corea del Norte, que se han alineado con el régimen de Maduro. Esto convierte el conflicto en una cuestión a escala mayor, con implicancias geopolíticas y económicas que trascienden a dicho país, afectando a toda la región y más allá. No es menor que Venezuela sea uno de los países con mayores reservas petroleras del mundo. En este escenario, Venezuela no es solo un escenario caliente por la crisis política y social interna, sino también un espacio de lucha por la influencia global entre grandes potencias.
En esta línea, el supuesto vínculo entre el dictador venezolano y el narcotráfico, en particular con el cartel de los soles, se presenta como una excelente justificación para la presión internacional; sin embargo, la realidad es que esta asociación criminal no está completamente demostrada y, en muchos casos, parece formar parte de una narrativa más amplia que busca subrayar la necesidad de una intervención. Lo que está detrás de todo esto es un apremio constante sobre Maduro para que busque alternativas al modelo autoritario que ha mantenido a su país al borde del colapso.
La estrategia internacional está funcionando en una medida, pero no está dando los resultados esperados. Las sanciones y bloqueos, aunque han complicado aún más la situación social y económica de Venezuela, no han logrado debilitar al régimen tanto como se esperaba. De hecho, a menudo parecen fortalecer la narrativa del gobierno de Maduro, que se presenta a sí mismo como un líder resistente ante la “agresión imperialista”. Esto crea un círculo vicioso en el que el régimen, lejos de ceder, se atrinchera más en su poder, mientras las condiciones de vida de los venezolanos empeoran día a día.
En definitiva, se trata de un juego de presiones cruzadas que involucra a actores internos y se extrapola a grandes potencias internacionales. El camino es incierto y, aunque las sanciones y medidas de presión pueden redundar en una mayor inestabilidad, no está claro si lograrán desmantelar la dictadura de Maduro o si solo contribuirá a prolongar su resistencia y a tensionar más la situación, escalando este conflicto a nivel global.
Por Felipe Vergara Maldonado, Analista político, Director de Postgrado FEN, Universidad Andrés Bello.