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Amazonas en llamas después del día del fuego

Jessica Acuña Neira – Encargada de comunicaciones, Fundación Proyecto Ser Humano.

El 10 de agosto un montón de hacendados de Brasil, respaldados por el discurso de su presidente, un ser  que ha dicho que el Amazonas es de Brasil y no de la humanidad y que necesitan tierras para cultivar, declararon el día del fuego. El lugar es suroeste de Pará,  y desde allí comenzaron a incendiar hectáreas logrando 124 focos que no han parado de consumir el principal pulmón verde del planeta Tierra, ese mismo que produce el 20 por ciento del oxígeno del planeta y que capta o más bien captaba gran parte de los gases de efecto invernadero.

Esta decisión hace dudar de la inteligencia de los seres humanos/as, que no logramos como especie ponernos de acuerdo en medidas básicas de preservación de nuestra especie. Este aterrador acto de quema del Amazonas es un ejemplo de ello. Bolsonaro enarbola la bandera del nacionalismo, del derecho de los brasileños de decidir qué hacer con sus tierras para defender la deforestación del Amazonas, mientras el resto del mundo sufriremos las consecuencias del fuego, los gases, poniendo en peligro al mundo.

Cuesta entender que los minerales, hidrocarburos, tierra para la agricultura y cualquier de las materias primas para explotar sean más apreciadas que la conservación del planeta, que no se entienda la importancia de la selva, de los árboles, en esta ideología capitalista que ha demostrado no tener la razón, pero a nadie le importa. Porque la idea que la ciencia iba a encontrar la solución a la crisis y al cambio climático no se ha producido y más bien los investigadores aportan cada día más datos preocupantes sobre el deterioro y el peligro para el planeta, mientras que los pueblos eligen a líderes que niegan el cambio climático, se empeñan en producir más  a cualquier costo, todos preocupados por la economía, consumir y ese optimismo en torno al mercado, esa absurda certeza  que habrá siempre más.

Es cierto que las informaciones sobre el cambio climático en las personas de a pie produce ansiedad o dolor, a veces sin muchas ganas de hacer algo o más bien resignándose a algo así como que el mundo se va a acabar. Pero no es el apocalipsis porque la Tierra podrá sobrevivir sin esta especie, somos los y las humanas las que estamos en peligro.

Inevitable preguntarse qué hacer, si se ve tan lejana la Amazonas.

Algunas personas comparten en redes sociales. Creo que ya es algo. En lo personal siempre me he ubicado en un moderado optimismo en la humanidad, en que mejoraremos y sabremos resolver nuestros conflictos, en que el pasado fue y hoy estamos mejor aunque a ratos me cuesta conservar el punto de vista. Sobre todo en días como hoy con un gran incendio que la Nasa vigila desde el espacio.

El desafío, para los expertos, es emitir menos carbono a la atmósfera. Eso tiene un efecto directo sobre el calentamiento global. Para eso hay que consumir menos energía, cambiar en todo lo posible a energías renovables o limpias, tener políticas ambientales robustas, a la altura de lo que estamos viviendo como planeta y cuidar nuestros árboles. Uno de los problemas es que gran parte de la población y de los gobernantes no quiere hacerse cargo de este gran problema, porque las soluciones van en directa confrontación con la base de las economías capitalistas, son impopulares y la gran mayoría prefiere seguir como si nada pasara, porque es más fácil, o como si fuera imposible un cambio profundo. Me recuerda a Game of Thrones, cuando todos peleaban sus batallas por el trono, sin darse cuenta que el invierno ya venía.

Mientras veo imágenes de un planeta en llamas, mientras el agua es escasa en mi región y en la cordillera se derriten los glaciares inexpugnablemente y avanzamos hacia las desaladoras como solución, pienso en los árboles, en los de mi ante jardín, en los de más allá, esos que mis vecinos no riegan deseando que se sequen luego para evitar barrer las hojas y  me sigo preguntando qué más hacer. Por mientras escribo.

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