La convergencia entre el teletrabajo, la inteligencia artificial y la autosuficiencia rural está abriendo una nueva frontera económica y cultural. Un profesional que puede trabajar a distancia el 80% del tiempo y adopta plenamente la IA —para redactar informes, programar, generar ideas o registrar reuniones— puede reducir su carga efectiva en unas 6 a 10 horas semanales, manteniendo igual productividad. Ese ahorro de tiempo, sumado a las 10 horas que antes se perdían en traslados urbanos, libera más de una jornada completa para otras actividades.
Si ese profesional decide vivir a 60 km de la capital, con terreno propio, puede destinar parte de ese tiempo a producir alimentos. Con 8 horas semanales, puede obtener frutas, verduras, huevos, leche de cabra y carne de gallina por un valor equivalente a entre $244 000 y $365 000 mensuales para una familia de cuatro adultos. Si se extrapola este nivel de productividad a una dedicación de 40 horas semanales, el valor económico alcanzaría entre $1,1 y $1,7 millones mensuales, sin considerar el ahorro adicional que supondría evitar los mayores precios urbanos, el transporte y el arriendo. Cálculo que proviene de investigar consumos medios, productividad en la huerta, precios de mercado y luego la regla de tres varias veces.
El resultado es un superávit económico y vital: más autonomía, menor gasto y un retorno al trabajo con sentido concreto. Tener un magíster no impide palear estiércol de gallina ni ordeñar una cabra al amanecer. Por el contrario, simboliza una síntesis entre conocimiento y sustento, entre bits y tierra: el profesional que combina IA, teletrabajo y huerta encarna una nueva forma de prosperidad posible, en la que el bienestar se mide tanto en ingresos como en raíces.
Por Manuel Reyes – académico Facultad de Ingeniería U. Andrés Bello




