Chile vive una transformación demográfica sin precedentes: de acuerdo al Observatorio del Envejecimiento de la Universidad Católica y Confuturo, hoy más del 19 % de la población supera los 60 años, y en las próximas décadas este grupo representará casi un tercio de los habitantes del país. Si bien el aumento de la expectativa de vida es un logro, también implica un gran desafío sanitario y social que no podemos seguir postergando.
Los datos así lo reflejan: según el mismo Observatorio del Envejecimiento, casi tres de cada cuatro personas mayores en Chile reportan al menos una enfermedad crónica, y la multimorbilidad —la presencia de dos o más diagnósticos simultáneos— afecta a más de un tercio de este grupo, impactando la autonomía, la funcionalidad y la dignidad de quienes envejecen y al mismo tiempo la carga del sistema de salud público.
Si queremos cambiar el paradigma y resignificar el envejecer como sinónimo de bienestar y no de fragilidad, es imperativo que pasemos del discurso a la acción. Necesitamos un pacto país que priorice el envejecimiento saludable en la agenda pública, con políticas que aborden la prevención, el autocuidado y el acceso oportuno a tratamientos.
En este camino, la innovación biomédica es esencial. Sin investigación y desarrollo de medicamentos y vacunas no podríamos enfrentar la creciente carga de enfermedades crónicas y comorbilidades. Pero este esfuerzo no puede funcionar en solitario: requiere complementarse con educación para pacientes y familiares, la promoción de estilos de vida más sanos y un fortalecimiento de la atención primaria que garantice cuidados integrales y equitativos.
Hablar del adulto mayor no es hablar de “otros”: es hablar de nuestro propio futuro y del país que queremos construir. La pregunta no es si envejeceremos, sino cómo queremos hacerlo: ¿con fragilidad o con dignidad? La respuesta depende de las decisiones y compromisos que tomemos hoy como sociedad.
Por Erika Pagani Gerente General de GSK Chile, Perú y Ecuador