María José Millán Monares
Académica Psicología
Universidad Andrés Bello
En Chile, desde el año 2017, la Ley N° 21.030 reconoce el derecho a interrumpir un embarazo en tres causales específicas: riesgo vital para la madre, embarazo producto de una violación, e inviabilidad fetal de carácter letal. Esta última causal ampara la decisión de quienes, tras un diagnóstico médico certero, enfrentan la certeza de que el feto no podrá sobrevivir fuera del útero.
La existencia de esta ley fue un avance necesario. Protege la autonomía y permite que cada mujer —cada familia— pueda decidir qué camino tomar ante una noticia devastadora. Pero lo que muchas veces no se dice, o se dice muy poco, es que hay mujeres que, incluso con este diagnóstico, optan por llevar el embarazo hasta el final. Y que esa decisión, sostenida entre la esperanza y el dolor, también merece ser reconocida, acompañada y respetada.
La decisión de continuar un embarazo inviable no es negación ni idealización. Es una forma de amar profundamente, aunque el tiempo sea breve. Es preparar un nido con conciencia de que no habrá llanto después del parto. Es nombrar, sentir, esperar, despedirse. En algunos casos, como en la trisomía 18, ese tiempo puede ser de minutos, de horas, tal vez de algunos días. Pero para quien espera, cada instante cuenta. Y eso basta para darle sentido.
Sin embargo, este proceso —ya de por sí difícil— suele verse obstaculizado por el desconocimiento, la rigidez institucional y la falta de humanidad en muchos espacios de atención. Aunque la ley está vigente, algunos prestadores privados siguen sin reconocerla de manera efectiva. Se generan facturas millonarias, se niegan coberturas, se exige justificar lo que ya está garantizado. Muchas familias reciben atención médica bajo la causal, pero al momento del parto o la hospitalización, se enfrentan a respuestas como: “esa ley no cubre eso”, o “eso no está contemplado en el plan de salud”. Como si el derecho a decidir desapareciera justo cuando más se necesita apoyo.
Además, hay una desconexión profunda entre lo que la ley promueve y lo que el sistema de salud entrega. No hay acceso claro a apoyo psicológico especializado, se desconoce la posibilidad de extender licencias médicas, y los beneficios GES no siempre se aplican. La falta de formación en duelo perinatal hace que muchas veces las madres salgan del hospital sin una despedida digna, sin recuerdos, sin acompañamiento. Como si nada hubiera pasado.
En ese vacío, han surgido organizaciones que han hecho lo que el sistema no: acompañar con respeto y amor. Fundaciones como Amparos, Renacer o Honra, entre otras, han creado espacios donde la experiencia de la pérdida es reconocida en toda su profundidad. No se patologiza el dolor, no se apura el olvido. Se permite recordar, nombrar, hablar de ese hijo o hija que existió.
Es tiempo de avanzar hacia una mirada más amplia. Que entienda que elegir llevar un embarazo inviable a término no es una decisión equivocada, sino legítima. Que honrar esa historia es parte del proceso de duelo. Que no se trata de forzar un camino, sino de garantizar que todos los caminos posibles sean cuidados con la misma dignidad. Porque cuando el amor decide quedarse, aunque sepa que será por poco tiempo, no necesita justificarse. Solo ser sostenido.