Más allá de sus personajes entrañables y las canciones pegajosas, 31 Minutos ha sido una ventana para explorar nuestra realidad de una forma única, usando la mirada inocente de los títeres para tocar temas complejos. En su participación en el Tiny Desk, 31 Minutos no solo brindó un espectáculo musical, sino que expuso al mundo su capacidad para mezclar humor, crítica y reflexión política, manteniéndose fiel a sus raíces chilenas, pese a hoy ser éxito en toda Latinoamérica.
Desde su creación, 31 Minutos ha sido mucho más que un programa para niños. Su éxito radica en su habilidad para conectar con diferentes generaciones, sin sacrificar la profundidad ni la crítica. Los creadores del programa entendieron que la televisión para niños no tiene que ser simple ni apolítica, y que, al contrario, puede ser un espacio donde se cuestionan las realidades sociales, políticas y ambientales que nos afectan.
Los títeres no son meros juguetes, sino vehículos de reflexión y de representación de la sociedad y sus complejidades. La participación en el Tiny Desk fue el ejemplo perfecto de este enfoque, en que, a través de un formato colorido, los personajes no solo hicieron música como bien saben hacerla, sino que introdujeron mensajes críticos sobre la política migratoria de Trump, con humor y sin miedo.
Lo que destaca de 31 Minutos es su capacidad para hablar de temas tan universales desde una perspectiva profundamente chilena. Los personajes, desde Tulio Triviño hasta Juan Carlos Bodoque, se convierten en una especie de espejo de esa sociedad que, aunque ríe de sus propios defectos, también tiene la capacidad de reírse de los problemas globales, sin perder su identidad local.
La crítica política que inserta de manera astuta en sus episodios muestra, también, una crítica a nuestro propio país. No solo se burla de los poderosos, como en el caso de Trump, sino que también reflexiona sobre la historia y la cultura chilena, donde las tensiones sociales y económicas están presentes, pero no se abordan desde el lugar del resentimiento, sino con una mirada irónica y cargada de humor. Esta capacidad para equilibrar lo serio con lo lúdico es un testamento de cómo, a través del entretenimiento, se puede llevar al espectador a cuestionar, reflexionar y revalorar su propia realidad sin perder la ternura ni la cercanía.
El uso de títeres no es solo un recurso estético o narrativo, sino una poderosa herramienta que permite hablar de forma accesible sobre cuestiones complejas de la identidad chilena y latinoamericana. La inteligencia detrás de 31 Minutos radica precisamente en su capacidad para seguir siendo, al mismo tiempo, un entretenimiento para niños y una crítica aguda de las realidades que nos afectan a todos, independientemente de nuestra edad.
Por Yusef Hadi Manríquez, Director de carrera de Publicidad, Universidad Andrés Bello